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Yo no me acostumbro
"Buscar a Isaías, a Garnica, a Diego Bonefoi, la sonrisa de Sergio Cárdenas, a Patricio Maliqueo y a tantos otros que se nos van porque nos los roba la realidad que no llegamos a revertir a tiempo"
Palabras de Mariel Bleger, compañera docente de San Carlos de Bariloche, Río Negro, tras la muerte de Isaías Railef, un pibe de 15 años alumno del CEM 20.
No me puedo acostumbrar a tener un estudiante menos en el aula. No me puedo acostumbrar a sostenerle la mirada de resignación a un chico de dieciséis años. No me puedo acostumbrar a enumerar muertos. No me puedo acostumbrar a un Centro Cívico lleno de pibes y pibas llorando. No me puedo acostumbrar a la impotencia de esas mamás. No me puedo acostumbrar al discurso que busca culpables. No me puedo acostumbrar al compañero que siente que el día a día en las aulas se nos va en un mediodía. No me puedo acostumbrar a la vereda manchada de sangre. No me puedo acostumbrar a acostumbrarme.
Dicen que la urgencia del dolor obliga a la gente a reunirse, a agruparse, a saberse doliendo. El Centro Cívico se disfrazó de patio escolar. Grupos reunidos de chicos y chicas haciéndole frente al frío que no daba tregua. Grupos de mamás y papás buscando tejer redes para contener. Grupos de educadores respetando el silencio. Grupos que, ante la pequeña indicación de agruparse frente a una escalinata que obraba de escenario, se fusionaron en un colectivo de gente. “Vengan más cerca, no pasa nada si nos juntamos”, dijo la adolescente que llevaba el megáfono que se empeñaba en no andar. Pero pasa. Pasó. Cuando estuvimos más cerca se sintió el dolor, se escuchó la bronca, se compartió la responsabilidad. La escuchamos y obedecimos el recorrido planteado. La única consigna era “Estar juntos en silencio”. Un silencio que no fue silenciado. Un silencio que amenazaba con ser grito contenido en el pecho. En un orden que sólo logran las heridas abiertas, la gente caminó sin mirarse a los ojos. Porque era inevitable buscar si uno levantaba la vista. Buscar a Isaías, a Garnica, a Diego Bonefoi, la sonrisa de Sergio Cárdenas, a Patricio Maliqueo y a tantos otros que se nos van porque nos los roba la realidad que no llegamos a revertir a tiempo.
¿Cuántas víctimas hay en este hecho? ¿Cuantas lágrimas hubo en el centro cívico, en las escuelas, en las cenas familiares, en las reuniones de trabajo? ¿A cuántos lugares entró Isaías con su muerte tocando puertas? ¿Cuántas puertas más necesitamos golpear para que el silencio que pedían nuestros pibes sea estruendo?.
“Volveré y seré paz”, gritaba el cartel que sus compañeros llevaban. No compraron el discurso de la inseguridad, porque para comprarlo hay que tener en claro a qué se le teme. No fingieron la sorpresa que algunos medios alentaron a tener, porque para sorprenderse es necesario desconocer. No dividieron lo que pasa en la escuela y lo que pasa fuera de la escuela, porque se saben indivisibles. No buscaron parecer más grandes, porque para matar y morir siempre se es muy chico.
“Yo no me acostumbro” le dijo una chica a otra mientras prendían la vela por Isaías. Una vela que buscaba incendiar el terror que produce acostumbrase a lo injusto.
Yo no me acostumbro.