Estimados compañeros de la CTA:
Estoy enormemente agradecido por la mención de mi nombre en este nuevo Día de los Trabajadores, y me permitirán que escriba estas breves líneas ante la imposibilidad de asistir, pues estoy internado en un hospital por una dolencia que no es grave. En este agradecimiento, van algunas breves reflexiones sobre la condición obrera y el trabajo en los complicados tiempos que vivimos.

El trabajador manual y el trabajador intelectual, fue una escisión que desde los tiempos de la Revolución Industrial, le dio un ordenamiento según categorías profesionales al movimiento obrero. Esta distinción, aunque se mantiene en lo esencial, ha sido superada por los crudos hechos del neocapitalismo en su edad del trabajo inmaterial o simbólico.

Nuevas formas de tratar la cuestión del conocimiento en el capitalismo, la han convertido en un hecho central de la redefinición de la cuestión del trabajo, y también de la enseñanza. Ya no parece haber una categorización entre trabajo manual y trabajo intelectual, sino un conjunto de funciones redefinidas por modelos informatizados y comunicacionales, que originan un nuevo proletariado inmaterial ya con características gerenciales subordinadas o como operarios de un control globalizado de todos los actos del trabajo. Los reguladores de esa fuerza laboral son modalidades indicadas por la llamada sociedad del conocimiento, que pese a su aspecto utópico, entraña nuevas formas de explotación, por ejemplo, los trabajos en los call centers, o la tercerización, que proviene del desmantelamiento de la esfera pública como dadora de empleo. Mientras, la vieja clase trabajadora al par que se va descalificando, va perdiendo la conciencia colectiva pues se halla asfixiada en medio de formas sindicales que son apéndices de la estamentalización del trabajo, de la fusión del órgano sindical con las decisiones empresariales, de la creación de maquinarias conceptuales que dominan aspectos del mercado y precisan su alianza sindical, incluso como forma de intervenir en coyunturas políticas, no a la manera de una genuina politización, sino como creación de un campo de incertezas, aun cuando se toquen temas imprescindibles, como la desocupación y la pobreza.

Me permito decir que un movimiento de trabajadores debe ser moderno y a la vez retomar antiguas tradiciones de lucha. Eso supone percibir los contextos históricos cada vez más complejos, lo que exige nuevas responsabilidades, y una noción de lucha que indudablemente no puede ter como factor de debilitamiento el hecho de cuidar la fuente de trabajo. Si así fuera el movimiento obrero guiaría sus acciones por las decisiones de las gerencias de empleo de las empresas. Desde luego que hay que cuidar esas fuentes de trabajo, pero no después que las gerencias de empleo tomen decisiones tales como la suspensión o el despido, sino actuando con prudencia, sí, pero también con firmeza, antes que esos hechos ocurran. Y si ocurren, como lo indica la mejor tradición del movimiento obrero, actuar con los medios legítimos de lucha, sin adjuntar operaciones o cálculos tejidos en gabinetes políticos de las penumbras. Por supuesto, un día como éste, es propicio para reflexionar sobre éste y muchos otros temas.

Les envío un gran saludo.

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