Carlos Girotti, secretario de Comunicación de la CTA de lxs Trabajadorxs conversó con Semanario CTA sobre el aniversario número 55 de la Noche de los Bastones Largos, el contexto político en que sucedió aquella represión, sus consecuencias desde el punto de vista político, educativo y científico.

Antonella Bianco: Hoy, 30 de julio, se cumplen 55 años de la Noche de los Bastones Largos, cuando Juan Carlos Onganía decidió intervenir las Universidades Nacionales, decretó el desalojo y la represión violenta de profesorxs y estudiantes. Esos sucesos dieron lugar a uno de los episodios más dolorosos de la historia universitaria de nuestro país. Contanos un poco Carlos y, si querés, profundizar sobre este hecho en este nuevo aniversario.

Carlos Girotti: Le comentaba a Quique (Rositto), cuando me transmitió la inquietud, que a mí me faltaban, en aquel julio de 1966, dos años para ingresar a la Universidad de Buenos Aires y, sin embargo, por un acaso de la vida, tuve la oportunidad de presenciar en vivo y en directo dos hechos que están vinculados con aquellos episodios.

El primero fue cuando, casi un año antes, en 1965, los estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, que tenía su sede en la Manzana de las Luces, enfrente, en ochava al monumento del genocida Roca (Julio Argentino), decidieron manifestarse. Ocurrió cuando los militares de aquel entonces decidieron hacer un acto en homenaje al genocida y los estudiantes le tiraban de todo desde las terrazas del edificio, que repito, está en ochava con el monumento. Un año después, cuando ya estaba instalado el golpe, a un mes precisamente del derrocamiento del presidente Illia, Onganía decide intervenir las Universidades y quebrar el sistema de autonomía universitaria. Yo creo que la saña con la que aquel destacamento de policía emprende la represión a los docentes y estudiantes de Exactas está directamente vinculado a aquel otro episodio del año anterior, porque también hubo actos similares en la Facultad de Filosofía y Letras y allí no reprimieron. En otras universidades, Cuyo, la del Sur, acataron la orden de Onganía, pero en las demás universidades no y, a poco de andar, después de aquella represión, de aquella Noche de los Bastones Largos en Ciencias Exactas, aproximadamente 300 docentes, catedráticos del más alto nivel que la Argentina tenía en ese entonces, renunciaron, debieron emigrar, partieron al exilio directamente.

Digo que lo recuerdo en vivo y en directo, a pesar de no estar todavía en la Universidad, porque trabajaba en lo que entonces era el Ministerio de Comercio, que también está en ochava con el monumento al genocida Roca. Yo era cadete en el segundo piso, en la secretaría privada del ministro, tenía 16 años para 17 y pude ver ambos hechos, o sea, la pedrada que se comen los milicos en el 65 y la represión de 1966, así como había visto, también en la misma esquina, el acto de repudio de estudiantes y docentes de la UBA a la invasión a Santo Domingo que ocurre también en aquellos años.

Hecha esta rápida semblanza, quisiera aportar -porque el tiempo en la radio es tirano, lo sé muy bien- una mirada que no está en la caracterización que se acostumbra hacer de La Noche de los Bastones Largos.

En general se suele decir que a partir de aquel hecho represivo y de que tantos docentes y científicos de renombre marcharan al exilio, se inaugura una noche muy negra en la Universidad pública en la Argentina. Por cierto, esto fue así, realmente; pero sólo en parte. ¿Por qué en parte? Porque poco después de la Noche de los Bastones Largos se produce una transformación al interior del movimiento estudiantil y del movimiento docente que estaba en la Universidad pública que tendrá vastas consecuencias políticas e ideológicas.

El movimiento estudiantil estaba fundamentalmente influido por las ideas reformistas, entendiendo por reformistas no apenas por la Reforma de 1918, sino en el sentido que suponían que podía existir una linealidad evolutiva en los procesos de transformación de la enseñanza, de la educación pública, del papel de la Universidad en relación con las necesidades de las mayorías nacionales y populares y, sobre todo, con el proceso de resistencia que se abría contra la sucesión de golpes de Estado que se había inaugurado con la Revolución Fusiladora de 1955.

Ocurre un cambio que yo llamaría copernicano porque, apenas dos años después de la Noche de los Bastones Largos, en 1968 y en un contexto en el cual se da la gran huelga de los trabajadores de la construcción en las obras del Chocón Cerros Colorados y un año más tarde, en 1969, el histórico Cordobazo, aparece un formidable cuestionamiento al contenido de la enseñanza en algunas universidades del país, centralmente en la Universidad de Buenos Aires, en Córdoba en menor medida y en La Plata también.

Embanderados en las hipótesis de trabajo de Paulo Freire, por entonces un desconocido pedagogo brasileño, los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde yo estaba, inician un período de cuestionamiento al contenido de la enseñanza. Es radical este cuestionamiento. Junto con dicha crítica de fondo aparece también la necesidad de entroncar las luchas del movimiento estudiantil con el proceso de resistencia que se daba en las bases de la sociedad y, fundamentalmente, en el movimiento obrero. La CGT de los Argentinos, Chocón en el 68, en el 69 es el Cordobazo, en el 71 habrá de ser el Viborazo. Es decir, estamos en un momento en el cual el movimiento obrero, que inicia ese proceso de resistencia a partir del golpe de la Fusiladora en el 55, para 1968 ya tiene una vitalidad que no había tenido en tiempos anteriores.

Uno debe remontarse al momento de la lucha por la enseñanza laica o libre, en donde se enfrentan facciones distintas del movimiento estudiantil y popular, para encontrar una efervescencia como la que se va a encontrar exactamente dos años después de la Noche de los Bastones Largos. Cuando se suponía que era todo tierra arrasada en la Universidad afloran las agrupaciones estudiantiles en conexión directa con el surgimiento de la lucha armada en nuestro país. Piénsese que en octubre de 1967, año y moneda después de la represión de la Noche de los Bastones Largos, cae en combate el comandante Ernesto Guevara en Bolivia, pero tras esta caída uno puede decir que la lucha armada en todo el continente atraviesa todas las experiencias y, en el caso de nuestro país, eso tiene un impacto fuerte en nuestra Universidad y en el movimiento estudiantil.

A partir de ahí se quiebra la tradición de los típicos centros de estudiantes en los que se votaba con un criterio reformista y se conforman los cuerpos de delegados que antes no existían. Delegados por trabajos prácticos, por materia, por carrera. Se trata de una nueva y potente estructura de base de participación democrática del movimiento estudiantil, asociada a un profundo cuestionamiento al contenido de la enseñanza.

En ese contexto surgen las llamadas “Cátedras Nacionales”, con docentes de profunda raigambre peronista, algunos de los cuales van a ser masacrados durante el imperio del terrorismo de Estado con la dictadura de 1976. Pero en aquellos años, hombres como Roberto Carri, que precisamente va a morir a manos de la dictadura genocida, y tantos otros, hombres y mujeres de la comunidad docente, inauguran las Cátedras Nacionales, que tienen su raíz en la Facultad de Filosofía y Letras, en el marco de las Ciencias Sociales, pero que van a tener una influencia duradera en otras disciplinas.

En la carrera de Arquitectura de Córdoba, se instala lo que se llamó el “Taller total”. ¿Qué era el “Taller total”? Era la posibilidad de discutir de conjunto estudiantes de primero a quinto año con los docentes de las distintas materias, una valoración diferente del papel de la Arquitectura en relación con las necesidades de las mayorías nacionales y populares de nuestro país. Esto hace que el concepto de calificación, que hoy conocemos como calificación en un examen 1, 2, 3, etc. desapareciera, fuese fuertemente cuestionado y entonces los estudiantes evalúan a los docentes; los exámenes se dan de manera colectiva, en grupo. Esto es en el marco de un proceso formidable de activismo estudiantil que tiene una particularidad que no existía antes de la Noche de los Bastones Largos y que fue un hecho posterior, que es la presencia de lo más avanzado del movimiento obrero en la Universidad.

Las comisiones internas de los sindicatos cordobeses de Sitrac y de Sitram (MaterFer y ConCord), que van a inaugurar la línea del clasismo en la Argentina. Atilio López, el Gringo Tosco, René Salamanca; esta gente era emblemática para la resistencia antidictatorial y se largan a recorrer las universidades. Un hecho absolutamente inédito. Hay un proceso de fusión entre aquello que llamo el cuestionamiento a los contenidos de la enseñanza y la emergencia de un nuevo concepto de la docencia y por ende del movimiento estudiantil, junto con el surgimiento de esa avanzada obrera que es la que va a parir el Cordobazo, el Viborazo, y la que en definitiva se va a amalgamar de tal manera en esa estrategia de poder popular que Germán Abdala caracterizara como la mayor estrategia de poder popular que nos diéramos en aquellos años que es la del Luche y Vuelve. En ese contexto, en la estrategia del Luche y Vuelve, hay que reconocer este antecedente posterior a la Noche de los Bastones Largos.

Quiero incorporar esto como un aporte porque entiendo, sin menospreciar lo que ocurre con las semblanzas tradicionales que se hacen de la Noche de los Bastones Largos, que en general no se apunta a esta originalidad que ocurre a posteriori. Es cierto, más de 300 científicos, científicas, compañeras, compañeros, deben partir al exilio. Algunos de renombre. He tenido la posibilidad de trabar amistad, y han sido algunos de mis maestros, algunos de quienes han participado de esa epopeya de la ciencia y la tecnología en la Argentina. Me refiero a Amílcar Herrera, a Jorge Sabato, Enrique Oteiza, grandes nombres. Enrique Oteiza, había sido el primer presidente del Instituto Di Tella, que cuestionaba la mierda del “cursillismo” de la dictadura de Onganía. Era algo increíble.

A. B.: Hay algo que planteaste respecto a la estrategia de la construcción de poder popular, de esa organización, de esa resistencia y de ese cambio “copernicano” que dijiste respecto tanto del movimiento de trabajadores docentes y estudiantes, ¿qué es lo que persiste, pervive hoy en las luchas de esta época, de este cambio en las estructuras del movimiento estudiantil y del movimiento docente?

C.G.: Nada. Quiero ser honesto intelectualmente. No quiero caer en el oportunismo. Estamos hablando de una situación de ofensiva del movimiento de masas en nuestro país y a escala mundial. Es la época de las guerras de liberación nacional y anticoloniales en el África. En 1968 es la Ofensiva del “Tet” en Vietnam, del Año Lunar, en la cual el Vietcong avanza y corre a las tropas imperialistas hasta Hue, la antigua capital de Vietnam. Estamos hablando del Mayo Francés; del Black Power y los Panteras Negras en los Estados Unidos. Estamos hablando de una ofensiva mundial del movimiento de masas. Y en la Argentina no fue diferente a esto. Ese es el contexto que es irreproducible en las condiciones actuales.

Por eso, las formas de participación, de intervención, las formas de entender la política en nuestros días, debe ser motivo de análisis, de un debate de otro programa. Propongo que discutamos qué es lo que ocurrió en nuestro país a partir de diciembre de 2001 para que al día de hoy, incluyendo el tema de la pandemia, todos los procesos de la política se den en el territorio de la superestructura. Se dan por arriba y las construcciones que se hacen por abajo son dificultosas, zigzagueantes, nunca alcanzan a manifestarse como un mandato de lo popular en la disputa por la ampliación de la democracia, etcétera. Creo que es un tema que nuestra CTA debe abordar. Lo incorporo, incluso, para que ustedes lo discutan en el marco de un balance del reciente cierre de listas. Son las condiciones en las que se está haciendo la política actual.

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