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Al silencio nunca más
Las voces de las mujeres que hicieron posible la condena a Lucas Carrasco
Fuente: Página/12
Sofía Otero, denunciante y Lucía Cholakian, periodista feminista, reflexionan sobre los efectos del escrache en redes sociales al calor de la condena a Lucas Carrasco por abuso sexual
Era el verano de 2016 cuando el video de Mailén Frías denunciando a José Miguel del Pópolo recorrió las redes sociales y llenaba de comentarios los feed de Facebook. Fue ese mismo año que las denunciantes de Cristian Aldana se organizaron y decidieron hacer un escrache a través de un video producido por la agrupación Matria, relatando las violencias padecidas. A partir de ese momento, el escrache como recurso de visibilización y denuncia, se expandió. Parecía que no zafaba nadie: caían directores de obras de teatro, empresarios, políticos, músicos, actores. Las mujeres abandonaban el silencio y comenzaba la era del Yanonoscallamosmás. Sofía Otero es una de las denunciantes de Lucas Carrasco, condenado este miércoles a 9 años de prisión por abuso sexual con acceso carnal. A raíz de su denuncia y la visibilización en redes sociales de los abusos de Carrasco, tejió redes con las denunciantes de Aldana y generaron un vínculo sororo fuerte.
Ese fin de semana que salió la denuncia de Mailén, a Lucía Cholakian, periodista feminista, se le caían las lágrimas. Ella había sido adolescente en los años previos a Ni Una Menos y la fuerza del testimonio marcó un punto de quiebre, para ella y muchxs de su generación. Como comunicadora social, necesitó poder entender qué había detrás del escrache como herramienta, por qué había cobrado tanta visibilidad en los últimos años y generado reacciones negativas y positivas con igual fervor. Luego de tres años del primer escrache feminista, ahora las respuestas de muchxs escrachados es otra. Ya no repudian a quienes les escrachan sino que arman comunicados de prensa casi protocolares intentando apagar el incendio. Pero el escrache tuvo otra arista de análisis: la sororidad y la red de acompañamiento que se genera entre las denunciantes y el movimiento feminista. El día de la condena en el juicio contra Cristian Aldana, el Tribunal Oral en lo Correccional 25 estaba lleno de pibxs acompañando a las denunciantes, un abrazo colectivo. También en la conferencia de prensa del colectivo Actrices Argentinas Thelma Fardin se vio acompañada y contenida por sus compañeras, quienes estuvieron con ella en cada paso que dio con la denuncia.
El escrache es una nueva herramienta pero ¿cómo se lo define?
Yo creo que es un método de muchxs. Romper silencio no es lo mismo para todas las experiencias de violencia. En un contexto feminista donde están dadas las redes y la contención para romper silencio, puede tener una forma distinta que la de una denunciante que no tiene contención ni herramientas para elaborar ese discurso. El escrache sirve en distintos espacios y con distintos recursos- explica Lucía.
En su tesis trató de entender qué hay detrás en términos históricos y en términos de qué debate encarna el escrache. “Yo soy de la generación de las que fuimos adolescentes pre Ni una menos y nos agarró en un momento de configuración subjetiva muy fuerte, a mí los escraches me interpelaron más que como feminista como mujer joven”, cuenta Lucía. La ola de denuncias que comenzaron en el rock fueron el puntapié de su investigación, ella vio de cerca cómo las denunciantes se organizaron, pudieron poner en palabras lo que habían vivido y accionar a partir de esa toma de conciencia. En su tesis además incluye como puntapié inicial en el escrache como herramienta de denuncia a la historia de la organización H.I.J.O.S, quienes en la década de los 90 a raíz de las leyes de impunidad sobre los genocidas de la dictadura militar, decidieron realizar distintas acciones directas y colectivas de escrache y alerta en las inmediaciones de los domicilios de los genocidas y cómplices del terrorismo de Estado que circulaban en libertad. Ése antecedente, para Lucía, fue determinante. Establece una conexión entre esas mujeres, Madres que denunciaban la desaparición de sus hijxs y aquellas jóvenes que decidieron terminar con años de silencio sobre las violencias vividas.
¿Qué sensación te generaron como periodista los escraches apenas arrancaron?
A mí me cuesta mucho separar la sensación que me provoca como periodista de lo que me interpeló a mí como mujer y militante política en el feminismo. Me acuerdo muy claro ese fin de semana cuando salieron los videos de Mailen, para mí hubo algo que se rompió. Y a partir de ese momento sentí una necesidad de estar a la altura, de poder traducir todo eso que estaba pasando en redes sociales con una lectura feminista y también ganarle a los medios hegemónicos que salieron a espectacularizar eso que estaba sucediendo. Lo que las pibas decían en esas denuncias son otras narrativas, era algo distinto de lo que estábamos acostumbrados a escuchar. Por eso en la tesina recupero la historia de H.I.J.O.S. Para mi ellxs y su conceptualización del escrache, prepararon el terreno para que cuando las pibas salieran a hablar y salieran a tomar las acciones que tomaron a raíz de los escraches, nosotrxs pudiéramos procesarlo.
¿Sin el contexto histórico hubiese sido posible pensar en un escrache feminista y sobre todo con resultados exitosos?
Yo pienso que todo enunciado necesita determinadas condiciones de producción para emerger, no es que los discursos emergen espontáneamente y de la nada, están en un contexto y por eso lo histórico en H.I.J.O.S es muy importante. En la década de los 90, gracias a las leyes de obediencia debida no había posibilidad de pensar en la justicia. Lo que pasa en los escraches feministas es diferente, se abren dos vías, hay una gran flujo de denuncias informales, que serían los escraches que unx ve en redes sociales y también están aquellos escraches que se traducen en una denuncia formal, por ejemplo en el caso de Aldana o en el caso de Lucas Carrasco. Lo que se destaca de las denunciantes de Aldana es el organizarse, el haber compartido esa ruptura del silencio de una forma colectiva.
Se cuestionó la legitimación del escrache como denuncia tanto dentro y fuera del movimiento feminista. ¿Considerás que ahora hay una mayor aceptación?
Creo que el conflicto está alrededor del concepto “escrache”, el escrache viene a correr márgenes, a jugar con los límites de algunas cuestiones sociales, discursivas o políticas que teníamos muy naturalizadas. De hecho, lo que sí sucede con la re emergencia de los escraches es que dentro del feminismo se empiezan a mover los márgenes, hay desplazamientos. Yo los organizo en repensar la idea de la víctima, repensar la idea de lo público. Los escraches vienen a plantear una cosa más que es que arrastran a lo público, de someter a debate y colectivizar la denuncia. Los últimos escraches que salieron están escritos en plural. Hay un pronunciamiento colectivo que tiene que ver con la idea de que estamos todes en un sistema de violencia, al pluralizarlo no sólo nos da el puntapié para pensar que nadie esta exento de sufrir las violencias, sino que también la salida es colectiva.
Cuando Sofía conoció a las denunciantes de Aldana, se generó un lazo. Cuando las denunciantes no podían ir a las audiencias en las que Aldana declaraba, ella iba a escuchar la declaración para luego mantenerlas al tanto. En el día de la sentencia a Carrasco, ella estaba acompañada por Charly Di Palma, quien junto con otras ocho denunciantes lograron la condena de 22 años para el cantante del El Otro Yo. Ante la justicia patriarcal, el escrache se presenta como una alternativa válida para alertar a otrxs de las acciones violentas del escrachado. También se presenta como una herramienta válida ante un proceso judicial que suele ser revictimizante.
¿Cómo viviste, Sofía, el proceso judicial?
Es terrible, es la parte más fea de todas. Estudio derecho y jamás se me hubiese ocurrido que el proceso era tan horrible. Tenés que ir a denunciar, después hablar con el fiscal después las pericias y te tratan como el culo. Después la apelación, nosotras tuvimos muchas instancias de apelación donde tuvimos que decir una y otra vez lo que nos había pasado, es espantoso y para mí no es una herramienta de reparación. Fueron tres años de eso. Es insoportable tener que estar explicando que fue primero consentido y después no. Antes era muy difícil explicarlo y ahora se visualiza más la situación. Él demostró que yo estaba en desventaja en fuerza. Leí muchos comentarios que decían “¿Para qué vas a la casa de un desconocido?”. Esto pasa todo el tiempo, pocos casos como el mío llegan a juicio.
Tanto en el caso de Carrasco, como en el de Aldana y Del Pópolo, llegaron a juicio luego de escraches en redes sociales. Se abre así otra cuestión: ¿qué se espera del Estado ante los escraches?
Es un eje de cuestión complejo –explica Lucía- porque dentro del movimiento feminista tampoco hay un consenso respecto del rol del Estado ante nuestras demandas. La máxima demanda que hemos llegado a coincidir fue con la consigna “aborto legal en el hospital”. Muchas de las personas que escrachan son personas libertarias, que no creen en el Estado, que lo ven como enemigo. Pienso que en algún momento el Estado va a tener que contener estos enunciados, el tema es cómo.
Se critica al escrache como una acción punitivista. Dentro del movimiento aún persisten las críticas a lxs que deciden viralizar y visibilizar las denuncias. “Estamos configuradxs subjetivamente bajo una idea de derecho moderno que no depende de nuestra elección. Las propuestas punitivas no van a resultar como propuesta suficiente. Si los escraches son punitivos o no tiene que ver con que vivimos en sociedades profundamente punitivas donde la respuesta ante la violencia es la exclusión, le creamos una celda social al escrachado, pero tampoco hay consenso sobre cuando hay reparación tampoco”, reflexiona Lucía.