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La gestión del miedo
Piedras a la espera. Preocupación general. Consiguen quórum adentro. Afuera movilización de organizaciones sociales y sindicatos. Una sesión infame, la cesión lo es. Un presupuesto para dejar anotado el despojo. Lo que no habrá. El peronismo federal se suma. Vuelan piedras. Comienza la represión.
El carro hidrante contra la gomera. El canal que gobierna pone pantalla partida en cuatro. En una no deja de pasar durante dos horas por lo menos las imágenes de los violentos. Un muchacho que tiraba con una honda y otros que quemaban un colchón en un contenedor. Una amenaza a la seguridad nacional. El arma una gomera, la trinchera un contenedor de basura. Listo. Avanza el hidrante, pero también las motos. Se trata de despejar la zona. No los alrededores del Congreso. Llegan a Constitución. Detienen a unas treinta personas. No porque portaran gomeras ni otras armas de destrucción masiva. Por haber estado. Por estar identificados con organizaciones políticas. Se los llevan. Adentro sigue. Varies diputades quieren suspender la sesión. No lo logran. Ya se sabe que lo que se diga allí está blindado. El cono del silencio opera. Que nadie se entere lo que se discute ahí. Que no se sepa. Que el ciudadano espectador mire insomne ese colchón quemado en el contenedor y aplauda a la policía que persigue. Que el ciudadano espectador no haga cuentas sobre lo que se mocha en este presupuesto, aterrado por los fogonazos de unas balas que surcan la pantalla y unas piedras voladoras.
La puesta en escena es gestión del miedo. Por un lado, se trata de que el Parlamento siga corroyendo su legitimidad, sea un zombi obediente y atolondrado que vota lo ordenado. Lo indicado por los poderes. Como ya pasó con el Senado. Que nos dejó bajo la lluvia y con aborto clandestino. De ese rédito también toman. Lo ponen en la cuenta de la condena general a la política. Para qué sirve. Ahora lo mismo. La oscuridad se cierne sobre lo que hacen. Oscuros mercaderes. Que merquean con el hambre del pueblo. Pero la cosa es difícil, porque hay que decodificar de qué se trata un presupuesto nacional, qué son esos números que para cualquiera son millonarios. Cada votación a espaldas de la calle los deja más solos y a nosotras más a la intemperie. Por otro lado, se insufla miedo. A la protesta, a la represión de la protesta. En las pantallas se suceden los hechos, como si fueran oscuros. Incomprensibles. Sin narrativa y sin sentido. Los epítetos del seudo periodismo hacia los violentos. La necesaria acción, dirán, de las fuerzas del orden. Que aportan sus heridos, para que la puesta en escena sea aún más amenazante. Ni ellos se salvan.
La gestión del miedo es poderosa y corroe la vida política. Encierra en las casas, pero también agita el deseo de orden. Se vuelve grito airado, reclamo de mano dura, gatillo empuñado por cada quién, policialización de la vida. Sobre ella se fundan los disciplinamientos: vitales, religiosos, financieros. Por eso, en la escena reiterada no se juega solo la aprobación del presupuesto. Se juega otra cosa. La inoculación del miedo. La extensión de las disciplinas. La criminalización de la protesta. La culpabilización del deseo. Nos ponen en el blanco para ser ajusticiados, porque no aceptamos calladitos ser destinados al sacrificio. Y eso es ejemplar, se multiplica, atemoriza. Una maquinaria precisa de producción de escenas está en juego. Conocen el orden de la ficción y la ficción del orden. Tienen gerentes de contenido y fábricas de enunciados. A nuestra capacidad de resistencia le responden con balas y cámaras, que las muestran al infinito. A nuestro tejido de redes le responden con redes de manipulación informáticas. Todas estas vías conducen al dilema Brasil. A la destrucción del Brasil plurilingüe, carnavalesco, popular, en nombre de un nuevo orden autoritario que promete devastación por doquier. El cuento de la criada como utopía de gobierno. Todas esas vías conducen al hombre-mito, más allá de la política, olvidado de los partidos, fuera de ley, manodurista, creyente hasta el fanatismo, neoliberal por exceso. Todas esas vías ya son puestas en marcha en Argentina. A prueba y error. A tropezones. Pero en marcha. Inventar las resistencias, recrearlas, es re inventar la política. Imaginar, otra vez, el futuro.
Fuente: Página/12