El dato político, por estas horas, es que la situación en los países hermanos de Venezuela y Colombia no puede explicarse por separado, como si los procesos transcurrieran uno alejado del otro. Las referencias son concretas: avanza el diálogo entre el gobierno y gran parte de la oposición política en la patria de Hugo Chávez Frías y el próximo 25 de mayo habrá elecciones presidenciales en la nación conducida por Juan Manuel Santos (foto), quien aspira a la reelección frente al candidato uribista. Si el ganador no obtiene la mitad más uno de los votos, habrá segunda vuelta.

A partir de esta descripción es necesario incorporar al análisis el rol de las derechas en ambas naciones y, en particular, la estrategia de la derecha norteamericana (coincida o no con la propia política del Departamento de Estado de Barack Obama), que contempla, por un lado, desestabilizar el gobierno de Nicolás Maduro y hacer fracasar el plan de paz con las FARC, por el otro.

En este marco aparecen en el escenario actores políticos y sociales que responden a ese accionar. Un denominador común es el ex presidente Alvaro Uribe, quien ha manifestado su intención de desconocer los diálogos de paz con la insurgencia colombiana en caso de que su candidato Oscar Iván Zuluaga resulte electo y, por el otro, su nunca desmentido apoyo a los guarimberos en Venezuela.

La situación adquiere otro nivel de complejidad, pues aun frente a la derrota electoral de la extrema derecha colombiana, la sola posibilidad de que el porcentaje de votos que obtenga sea significativo plantea otra mirada sobre la percepción que una gran parte de la sociedad puede tener sobre los acuerdos con las FARC y el ELN, y cruzando la frontera, la implementación de los asesinatos selectivos que en los últimos días involucraron a un custodio presidencial, a un concejal y al presidente del Concejo Municipal de un municipio de Caracas prefigura una metodología que remite a otro análisis y a un manejo político delicado, para no caer en provocaciones, por parte de la administración Maduro.

La presencia de la Unasur es otro elemento que caracteriza el momento político en la región, pues ha sido un factor esencial para aislar a los sectores violentos en Venezuela y darle al diálogo político otra entidad y fundamentalmente un nivel de credibilidad, que con la presencia de otros países u organismos multilaterales no hubiese tenido.

La derecha norteamericana apuesta al conflicto armado en la gran patria que forjó Bolívar. El petróleo, la industria de armamentos y el quiebre del actual proceso de integración regional que se vive en Latinoamérica constituyen tres elementos que buscan amalgamar inexorablemente. Allí están centrados los intereses económicos y geopolíticos, de los cuales el propio gobierno estadounidense –vía numerosos voceros– tampoco está desentendido.

Con esta coyuntura descripta y en el actual contexto sudamericano, se entienden mucho más y se valoran los esfuerzos que Néstor Kirchner, en su momento, realizara para evitar una guerra entre Venezuela y Colombia.

* Dirigente del Frente Transversal y presidente del Centro de Estudios del Sur.

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