Hablar el mismo idioma
El subsecretario de Políticas Educativas, Alejandro Finocchiaro, respondió el 27/9 a nuestro artículo del 21/9. Comienza su sorprendente nota estableciendo que “en la Argentina deberíamos, por lo menos, hablar el mismo idioma” y que quienes criticamos al ministro Bullrich en aquel escrito seríamos presa de una confusión al respecto. Bien, intentemos desenredar el embrollo entonces. En un sentido estricto y literal, pese a las dudosas variaciones sintácticas del subsecretario, compartimos el idioma castellano. Pero en un sentido figurado o metafórico, hablar el mismo idioma implica compartir códigos de conducta, valores y formas de apreciar la realidad. En este plano, no está demás admitirlo, nuestros idiomas son diferentes.
Un ejemplo: en el conflicto aún en pie con los estudiantes secundarios, el ministerio envió un instructivo a las autoridades docentes de las escuelas ocupadas, en el que instaba a realizar denuncias por usurpación en la comisaría más próxima. Entendemos que, gracias al avance democrático, el idioma que habla el ministro se ha dejado de hablar en la Argentina. Los conflictos sociales, educativos, laborales, estudiantiles, etcétera, hace tiempo que no son objeto de una resolución policial, sino política y a través del diálogo.
El subsecretario le pone a la inteligencia dos obligaciones: las pruebas y la información. Pese a que los docentes tenemos una concepción más plural de la inteligencia, vamos a brindarle respetuosamente algunas informaciones y, quizá, pruebas.
1. El funcionario nos cuestiona porque asumimos que es necesaria la transformación de la escuela secundaria debatida a nivel nacional en el Consejo Federal de Educación y criticamos, al mismo tiempo, su implementación en la Ciudad por carecer de la participación de sus protagonistas. ¿Cuál es la incongruencia? Hay que reformar los planes, pero con participación de la comunidad educativa. Ya que estamos, una información adicional. El debate sobre la Nueva Escuela Secundaria en el CFE no se produjo este año, como afirma el subsecretario, sino en 2009. El gobierno porteño perdió tres años en los que podría haber llamado a jornadas institucionales para construir la reforma entre todos. Algo para lo cual, si hay voluntad, nunca es tarde.
2. En el caso de la Educación Técnica, los acuerdos nacionales datan del 2008. La cartera de Bullrich dice que trabajó de manera consensuada con especialistas y docentes. Sin embargo, le dejamos algunas preguntas al ministro, ¿Quiénes son esos especialistas? ¿Con qué criterios se seleccionaron los docentes habilitados a participar? ¿Por qué se decidió excluir a estudiantes y familias de esos debates? ¿Qué impidió convocar a jornadas de discusión en todas las escuelas para ampliar las posibilidades de participación? No son pruebas ni información, son preguntas.
3. Quizá la feroz negativa de Bullrich a que participen los estudiantes en los debates radique en su mirada sobre los adolescentes y jóvenes. Esa mirada se le vuelve a filtrar a Finocchiaro de un modo un poco grosero. Escribe el subsecretario que durante los gobiernos anteriores a Macri, Eduardo López no sugería a los estudiantes que ocuparan las escuelas. Preocupado por disimular su acusación mediante una negación (antes no sugería, ergo, ahora sí sugiere) ya que, por supuesto no tiene sus tan valoradas pruebas, el funcionario desnuda algo mucho más grave. Supone a los estudiantes incapaces de actuar con autonomía. Por eso no los dejan participar, porque los subestiman.
4. En este mismo sentido, si el ministro se esforzara apenas por escuchar a los estudiantes, comprendería no sólo que éstos tienen autonomía de pensamiento, sino que además tienen propuestas concretas para solucionar algunos de los problemas que plantea el aumento de la carga horaria en el turno noche de las escuelas técnicas. Problema que no es un “caballito de batalla” nuestro, como expresa el subsecretario, sino una preocupación razonable de alumnos y alumnas que estudian y trabajan.
5. Por último, para redondear esta respuesta, queremos citar textualmente una de las últimas oraciones del señor subsecretario: “La defensa de la escuela pública, (...) se defiende manteniéndolas abiertas”. Pedimos la colaboración del lector para que la incoherencia de sintaxis no contribuya a enmascarar la incoherencia política. Arenga a mantener las escuelas abiertas quien forma parte de un gobierno que hace apenas unos meses quiso cerrar 221 grados y cursos. Un número equivalente a más de diez escuelas. ¿Cuál es el idioma que le permite al macrismo estas incoherencias?
El conflicto por la reforma de los planes de estudio tiene una salida clara y evidente. Sólo se trata de que Esteban Bullrich deje de usar cada discusión para hacer campaña electoral y abra las puertas de su ministerio para dialogar con la comunidad educativa. No es muy difícil. Es más, si no entiende el idioma de los estudiantes, puede apelar a traductores.
Mariano Denegris es secretario de Prensa de UTE